Del Gym a la peluquería, de allí a cocinar, limpiar, atender a la familia, tal vez sentarse a ver TV, en dónde queda ese espacio personal para sumergirse en sí misma.
Según mi amiga Regina, todo lo hacemos precisamente para evitar la decepción de hacer cuentas, aquello en lo que nos convertimos con lo que soñamos ser.
El último encuentro, con 6 mujeres con las que nos conocimos desde la escuela o amigas de compañeras de estudio, con las que compartíamos sueños, diversión e intercambiábamos datos sobre cualidades masculinas, casualmente quedó flotando una pregunta que se escuchó de una mesa vecina, qué libro estábamos leyendo.
Nos miramos un poco consternadas, podíamos decir qué colores se usarían en el otoño que se viene, qué se usó en el verano; conversamos sobre las noticias de actualidad que no son más que lo caro que está todo, pero no teníamos respuesta a la pregunta qué libro leímos.
Una de nosotras se animó a decir que tener tiempo para leer un libro la remitía a una vida que pareció no existir, hace ya tiempo, y ni siquiera recordaba el título o autor, aunque sí de qué trataba, un novelón típico de la edad, que no era de Harry Potter, ni del estilo de los mundos distópicos, como se acostumbra ahora con la modalidad de booktubers, en una edad cada vez mayor pero con onda de cada vez menor.
No sé si es bueno, pero el foco de interés de la vida diaria dejó de lado ese momento especial en el que nos sumergíamos en el espacio que propone un libro para preocuparnos por parecer cada vez más actuales, cada vez más jóvenes, cada vez menos modernas, los dispositivos, el mundo de los jóvenes, la tecnología avanza más que las posibilidades de cirugía para coincidir en actividades con nuestros hijos.
Los psicólogos parecen coincidir en que le diálogo y la atención con los más jóvenes es la mejor forma de establecer normas sociales, de introducir a los niños y adolescentes en el mundo en el que tendrán que actuar, pero pronto aprendemos que estamos muy lejos de esa actividad, en lenguaje, en interés, en velocidad, parece que vivimos en mundos paralelos con los más jóvenes.
Tampoco sabemos ya, qué es bueno y qué es malo para ellos, estamos demasiado ocupadas en parecer menos viejas, podremos disimular las arrugas, podremos operarnos, alisarnos la frente y operarnos la nariz, pero ni cremas ni métodos pueden hacernos alcanzar la velocidad con que los chicos escapan de nosotros en ese mundo virtual que la tecnología les coloca al alcance de sus manos.
La mujer moderna, se ocupa de sí misma, de su imagen, no alcanza a tener tiempo para leer un libro, todo con el objetivo de acercarnos al mundo de los jóvenes mientras ellos van siempre en una dirección que nunca alcanzaremos.
Parece desalentador, mejor nos hagamos tiempo para leer un libro, al menos para que ellos nos vean y un día quizás, comiencen a imitarnos y coincidamos aunque sea en el comentario sobre el relato del libro.