En 2013, la película Capitán Phillips recreó el secuestro del mercante Mærsk Alabama. La superproducción narra la serie de acontecimientos que comenzaron el 8 de abril de 2009 con la toma del barco por piratas somalíes, a 240 millas náuticas al sureste del puerto de Eyl, y recaudó millones. Ese año, Mohamed Abdi Hassan, más conocido como “Afweyne”, fue noticia cuando abordó un vuelo a Bélgica, también con fines lucrativos, para vender otra versión de los merodeadores de África Oriental.
Interesado por la noticia de Afweyne, coincidente con el estreno, vi Capitán Phillips e incursioné por mis 40 centímetros de estante dedicados a piratas, algunos de lectura postergada. Volví a Historia de la piratería de Philip Gosse, libro que transitó Borges y aparece como fuente en un texto clave de su obra y narrativa: Historia universal de la infamia.
Del libro de Gosse -documentado en hechos de fines de los 20’ del siglo pasado- rescato el final. Concluye que el ciclo de la piratería llegó a su fin; ya no es negocio lucrativo. También surge lo obvio: uno de los fundamentos y orígenes de la piratería -al igual que bandoleros o ladrones de bancos- es la pobreza desesperanzada. Aunque -siempre según Gosse- la miseria no es condición imprescindible; la otra circunstancia suena a Nieztsche: “vive peligrosamente”; esta tesis, concorde a mis aventuras literarias, es cierta.
El primer encuentro que tuve con piratas fue en la primaria, una noche de tormenta desembarqué en la isla de Mompracem e intimé con Sandokán. Lo siguió otro salgariano azote de los mares, ahora del Caribe, el señor de Ventimiglia y caballero de Valpenta: el “Corsario Negro”. Sin dejar en el teclado, al hiperpirata, Long John Silver, de Treasure Island, novela de la que recuerdo la canción del marino -uñas y ropas no muy limpias y la cicatriz de un sablazo en un pómulo- que, en las primeras páginas recala con su baúl en la posada Admiral Benbow junto con su canción de borracho: “Fiftteen on the dead man’s chest / Yo-ho-ho, and a bottle of rum! / Drink and the devil has done for the rest / Yo-ho-ho, and a bottle of rum!” ("¡Quince en el cofre del muerto (acompañan) / Yo-ho-ho, y una botella de ron! / ¡La bebida y el diablo han hecho el resto / Yo-ho-ho, y una botella de ron!)
Pero Salgari es diferente. A sus piratas los identifica el origen noble y aristocrático y actuar por venganza o reparación de injusticias: el caballero de Valpenta, por el asesinato de sus hermanos; de su familia y pérdida del trono, el asiático Sandokán, el “Tigre de la Malasia”. Éste es el más politizado de los piratas literarios, el príncipe nacionalista, que ayudado el portugués Yañez de Gomera, lucha contra el imperialismo británico de sir James Brooke.
Los actuales piratas somalíes son pescadores que han visto reducir su fuente de subsistencia cuando flotas europeas y asiáticas empezaron a devastar su coto de pesca con modernos métodos de captura y procesamiento de peces. Y, como se estila en estos casos, los pesqueros metecos aprovechan la nula defensa costera somalí para violar el límite de sus aguas territoriales. Los pescadores aprendieron rápido, encontraron otra fuente de ingresos: asaltar barcos en veloces lanchas. El primer paso fue saquearlos, posteriormente, el más lucrativo negocio de secuestrar embarcaciones y tripulación, quedarse con el cargamento y pedir rescate. La inversión es mínima: ágiles embarcaciones con motor fuera de borda, fusiles de asalto AK47, pistolas y RPG (lanzagranadas); arsenal, de origen ruso o países integrantes de la ex Unión Soviética. El resto del equipo: información sobre mejores presas, GPS portátiles, teléfonos móviles satelitales y munición, es provisto por señores de la guerra, a cambio de la parte del león a la hora del reparto. Los piratas se encargan del combustible, agua, alimentos y abundante provisión de khat, eficaz como una meta anfetamina, pero que las mujeres y novias de los piratas proveen de sus huertas, a precios más accesibles.
No hubo vuelta atrás, bastaba un abordaje con rapto exitoso y los que arriesgaban el pellejo junto a su pueblo tenían más dinero y poder adquisitivo que el que habían tenido desde sus antepasados bíblicos al presente. El próximo paso está vigente, pesqueros y cargueros embarcan profesionales armados para defenderse, y los países más afectados desplazan a la zona del Cuerno de África navíos de guerra con tropas.
El más conocido de los piratas somalíes, ya que no “Tigre de la Malasia”, el “Tigre de la Malaria” fue -es, sigue vivo- Mohamed Abdi Hassan. No se sabe en cuantos asaltos participó, sí de tres muy sonados. El transporte MV Faina, operado por capital ucraniano, aunque navegando con lo que, en lenguaje náutico, se llama Flag of Convenience de Belize, pero registrado en Panamá. La historia huele peor que la Dinamarca de Hamlet, es el principio; el MV Faina estaba cargado hasta la línea de flotación con 33 tanques T-72, cañones antiaéreos, armamento variado y la munición correspondiente. El origen del cargamento, era el mismo que el del arsenal de los piratas.
El manifiesto de carga del MV Faina, decía “puerto de Mombasa”, en Kenia. Mohamed Abdí Hassan reveló que, según la documentación encontrada a bordo, el destino era Yuba, Sudán del Sur. Luego de un millonario rescate, la carga llegó a destino; el resto del mundo miró hacia otro lado y aquí no ha pasado nada.
Los otros dos sonados secuestros del “Tigre de la Malaria” fueron la draga belga Pompei y el atunero vasco Alakrana, por éste exigió un fuerte pago en euros. Fue justicia, el Alakrana fue abordado bien adentro de aguas territoriales somalíes, lejos de la flota de escolta. De donde resulta que el capitán del Alakrana era otro bucanero -pero no Colón, ese era sólo un viejo bucanero, como dice la cancioncilla llena de calambures-. Aquí finalizó la historia pirática de Mohamed Abdi Hassan.
El pirata se retiró en la cumbre de su carrera y, desde su colina de dólares, devino patriarca, predicó que sus compatriotas deberían abandonar el oficio: “me gustaría que mis colegas renunciaran a la piratería, y entregasen naves y, armas”; los sermones no ofrecían modos de subsistencia a cambio. Por estas declaraciones, Mohamed Abdi Hassan ganó el apodo de sus paisanos: Afweyne (bocón en somalí). El pez por la boca muere, final parecido al del Chapo Guzmán, sin las curvas y escote de Kate del Castillo ni Sean Penn devenido periodista “de alto riesgo”, pero de plató.
Luego de meses de entrevistas, un grupo de policías belgas, travestidos de cineastas, entrevistó a Mohamed Abdi Hassan en Nairobi, lo convenció de que planeaban filmar un documental sobre su vida e invitaron a su país. En octubre 2013, ocho meses después del estreno de Capitán Phillips, no más desembarcar en el aeropuerto de Bruselas, fue arrestado. En 2016 el “Tigre de la Malaria”, fue condenado a 20 años de prisión.
No lo imagino a Sandokán desembarcando en el reino de Sarawak, invitado por sir James Brooke, quien le ha vendido la burra teñida de que Rudyard Kipling quiere entrevistarlo para escribir un poema épico basado en su vida.
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