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daniloalberovergara 1/31/2022 7:14:35 AM
daniloalberovergara
Compulsiones
Danilo Albero Vergara escritor argentino
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Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.
 

Sapientia et fortitudo (sabiduría e intrepidez), es un tópico que marca la literatura grecolatina y abarca de Néstor -el anciano de La Ilíada, famoso por sus prudentes consejos, y el único de los guerreros aqueos al que Zeus le permitió un regreso tranquilo y sin inconvenientes a su hogar- al justo y prudente Eneas, desde su fuga de las ruinas de Troya hasta recalar en la península itálica.

Ya en el Renacimiento, el motivo literario Sapientia et fortitudo tiene una simplificación -que con los siglos devino complicación- y pasa a ser llamado “armas y letras”, fusión de la vida artística con actividad militar que tuvo su acmé en la España del Siglo de Oro. Esa centuria fue prolífica en guerreros, entre otros: Calderón, Lope de Vega, Cervantes -quien, en la primera parte de Don Quijote, nos habla en un capítulo “Del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras”- y Garcilaso, quien nos dejó en los endecasílabos de su Égloga III: …”entre las armas del sangriento Marte, / do apenas hay quien su furor contraste, / hurté de tiempo aquesta breve suma, / tomando ora la espada, ora la pluma…”.

De allí en más, la guerra se instala como tópico para narradores y poetas y menudearon combatientes que tomaron ora la espada, o el fusil; ora la pluma, como otra compulsión del homo sapiens, una de las dos especies del reino animal que se dedican a la guerra, sitial compartido con algunos géneros de hormigas. Y esta pasión contumaz se fundió con el arte hasta el punto de crear un “arte de la guerra”, que abarca desde Sun Tzu, hace dos mil seiscientos años, a Maquiavelo para recalar, en la primera mitad del siglo XX, en sir Basil Liddell Hart -pensador brillante cuya obra llamó la atención de Borges.

A partir del siglo XIX cuando los avances de la revolución industrial proporcionaron a las naciones la capacidad de fabricar armas más letales y en grandes cantidades, las bajas aumentaron a proporciones jamás pensadas antaño. Surgió otra visión de narradores y artistas, lo épico y heroico dejaron lugar a reflexiones sobre la naturaleza humana; Ambroise Bierce, que participó en la Guerra Civil del lado de la Unión, posteriormente reflexionó en un cuento: “por virgen y accidentada que sea una geografía, los hombres llegarán a convertirla en un teatro de la guerra” que, en el siglo XX, añadirá desiertos y selvas impenetrables, bajo el agua y en el espacio aéreo. A esta compulsión en la cual participaron guerreros devenidos artistas, o al revés, hay que sumar el surgimiento de los nacionalismos que convirtieron las poblaciones en ejércitos, borrando la diferencia entre civiles y soldados y que, en la década del ’80 del siglo pasado dejaron lugar a las “guerras étnicas”.

Además, en la segunda mitad del siglo XIX, guerras y nacionalismos contribuyeron a la difusión de las competencias deportivas. Luego de la Guerra Franco Prusiana, el barón Pierre de Coubertin, educador francés, buscó entender las razones de la derrota de su país; y concluyó que se debía a que los soldados alemanes tenían mejor estado físico que sus compatriotas. Coubertin estudió a fondo el sistema de gimnasia en colegios alemanes y británicos y reflexionó: “aunque no consta que hayan influido en el desenlace de Waterloo, es indudable que en los campos de juegos de Eton se deberán decidir las próximas batallas”, así se hizo eco de aquellas palabras de Dracontio -dichas unos dos mil trescientos antes que él- y registradas por Jenofonte en su Anábasis; cuando los soldados espartanos pusieron algunos reparos sobre el abrupto lugar elegido por Dracontio para los juegos deportivos: “¿Cómo podrán competir los atletas en un terreno tan duro y tan cubierto de árboles?” -le objetaron-, y él respondió: “Así lo sentirá más el que caiga.”

Además, a las contiendas sobrevinieron, cambios tecnológicos y científicos que redundaron en la mejoría de la calidad de vida: anestésicos en la Guerra Civil estadounidense; cirugías, ortopedias y transporte aéreo en la Primera Guerra Mundial; antibióticos, tejidos sintéticos, dietas balanceadas en calorías y frenos a disco en la Segunda. En su último libro La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos, la historiadora canadiense Margaret McMillan reflexiona “luchar y matar está tan íntimamente unido a lo que significa el ser humano que considerarla una aberración es un gran error. Llevamos la guerra dentro, porque la guerra la hacen los hombres, no las bestias ni los dioses”. En las artes, la Primera Guerra mundial fue prolífica en ex combatientes poetas, narradores y, consecuencia de la difusión de la fotografía y cinematografía, pintores. En esta última actividad nosotros nos anticipamos casi en medio siglo, en el Museo Nacional de Bellas Artes se puede apreciar la obra de Cándido López sobre la Guerra del Paraguay, manco como el de Lepanto -perdió el brazo derecho en la batalla de Curupayty-, aprendió a dibujar con la mano izquierda.

A la Primera, sobrevinieron la Guerra Civil Española -Hemingway escribió sobre las dos-, Corea, Viet Nam, los Balcanes, Irak, todas acompañadas de novelas, cuentos y películas. Pero, a partir de Jaroslav Hasek y su Los destinos del buen soldado Svejk durante la guerra mundial (1921) -las aventuras de un ciudadano de pocas luces del imperio austro húngaro, diestro en el arte de sobrevivir, que se las ingenia para quedar en retaguardia- irrumpió la visión mordaz, cómica y satírica sobre el arte de matarse. En esa fuente castalia abrevarán, entre otros: Joseph Heller con Trampa 22, un brancaleónico escuadrón de bombardeos en la Segunda Guerra, y El arco iris de la gravedad de Pynchon, donde al protagonista se pone arrecho cuando están por caer las bombas voladoras V2 sobre Londres. Y esto tampoco es nuevo.

Porque Homero también nos dejó Batracomiomaquia o Batalla de los ratones y las ranas, parodia de La Ilíada, que sin duda inspiró al Arcipreste de Hita para su “Batalla de Don Carnal y Doña Cuaresma”. Castigat ridendo mores, otra compulsión del homo sapiens. Junto con el homo pugnans nació el homo ridens.

 





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