Bises, variantes, simetrías 10/11/2023
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana

En el segundo párrafo de “La trama” Borges reflexiona: “al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”. Fue lo que pasó cuando le pregunté a Marcos si en su Video Club tenía Gunga Din (1939) dirigida por George Stevens; no sólo la tenía sino que, al ir a retirarla, nos dijo que venía con un crédito, otro CD con: La carga de la brigada ligera (The Charge of the Light Brigade, 1936), en su primera versión, la de Michael Curtiz, película que ya había visto hace milenios, basada en el poema homónimo de Lord Alfred Tennyson -ambientada en la Guerra de Crimea, la de la Reina Victoria, a mediados del siglo XIX, no la del Zar Putin, a principios del XXI-, pero que valdrá la pena revisitar.

Las variantes surgieron, al poco de verla, cuando Gunga Din, el aguador hindú (bheestie) que lleva un odre de piel lleno de agua marchando detrás de las tropas británicas, practica, a escondidas, giros y el saludo militar -su aspiración es convertirse en soldado-. No sabe que es observado por el sargento Archibald Cutter (Cary Grant) quien le enseña cómo hacerlos correctamente. Cuando se da vuelta Gunga Din, Archibald nota que lleva oculta a sus espaldas una corneta, el aguador le suplica que no se la quite. Aquí surge el primer bis.

Es en la película La fiesta inolvidable (The party, 1968) con Peter Sellers, que vi en años de la facultad y luego un par de veces por televisión porque es desopilante y como, casi todas las comedias de Peter Sellers, donde hay un non stop action de escenas cómicas. En ella, Peter Sellers protagoniza a un actor hindú, tan atolondrado como babieca, que consigue su primer rol protagónico -actuando como hindú- en una película que transcurre en la misma época y circunstancias que Gunga Din, la guerra contra la secta de estranguladores hindús (Thugs), hacia mediados del siglo XIX -secta contra la cual también luchó un personaje de Emilio Salgari, el cazador de tigres de los deltas de la bahía de Bengala, Tremal-Naik, ahora con la ayuda de Sandokan y Yáñez-. Pienso alquilársela a Marcos, será el segundo bis.

En La fiesta inolvidable, Peter Sellers aparece maquillado en tonos oscuros para que su piel parezca la de un hindú y donde se evidencia el carácter ficticio de su epidermis, efecto sin duda buscado. Algo que, supongo, no se proponía George Stevens en Gunga Din, cuando maquillaron al actor estadounidense Sam Jaffe como bheestie aspirante a soldado y corneta de órdenes. En ambos casos, en el de Gunga Din y el de La fiesta inolvidable, se logró el mismo efecto, en los decires del, ya que hablamos de películas, Chavo del ocho: “sin querer queriendo”; sin querer en el primer caso, queriendo en el segundo. También, sin querer queriendo, el efecto distorsivo del maquillaje recuerda al de Al Johnson en El cantor de Jazz (The Jazz Singer, 1927) maquillado como negro. Ahora, querer queriendo; esta última película es parodiada por los integrantes de una de las krewes más populares del desfile de Mardi Gras de New Orleans, compuesta totalmente por negros, maquillados de negro con los labios resaltados de blanco como Al Johnson.

Hacia el final de la película de George Stevens, Gunga Din, a pesar de estar herido en el pecho, se encarama en la cúpula de oro del templo Thug y con su corneta logra dar el toque de alarma a las tropas británicas que, al son de gaitas, marchan hacia una emboscada y, alertadas, logran derrotar a los estranguladores. En ese momento, cuando comienza la batalla, el bheestie aspirante a corneta de órdenes canta para el carnero y palma con una postrer sonrisa en su cara maquillada y con una cita del poema homónimo de Rudyad Kipling -que además aparece en la película como acompañando a las tropas británicas hasta el entierro del héroe de la jornada-: “You're a better man than I am, Gunga Din!” (“¡Tú eres mejor hombre de lo que yo soy, Gunga Din!”).

Pero, en La fiesta inolvidable, el hindú Peter Sellers, con turbante y todo, continúa tocando la corneta, cada vez más desafinada a medida que los Thugs no paran de coserlo a balazos, para desesperación del director que no sabe cómo hacer que pare. Y esta escena dio origen a un tipo de sonido de corneta, muy usado entre los ejecutantes de instrumentos de bronce.

La otra variante es la película de la saga de Spielberg: Indiana Jones y el templo de la perdición (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984), que incorpora una belleza femenina, también ambientada en la India con estranguladores Thugs; su templo es una reproducción fiel del de Gunga Din, al igual que los fosos con serpientes y el rostro y gestualidad del líder de la banda de estranguladores. A esto hay que sumar la escena del puente colgante, ahora con la bella Willie, colgando del puente cortado con su vestido desgarrado y mostrando su anatomía todo lo posible dentro de los límites de lo políticamente correcto y la censura de “apta para todo público”, que si bien estas películas de la saga, ya forman parte indiscutible del Séptimo Arte, tampoco hay que exagerar y no descuidar la faltriquera. De cualquier manera ya tuvo otras remakes anteriores no tan exitosas.

Dos simetrías, la primera: Gunga Din se le llama, en forma sarcástica en el mundo de los instrumentos musicales, a los clarines y bronces, de baja calidad, o ejecutados de manera chambona, o a las cornetas militares ornadas de cintas de colores, pero de imitación y usadas como adornos de pared.

La segunda simetría, en el estante de una biblioteca tenemos un coco fake, hecho de plástico. Es un recuerdo del último Mardi Gras al que asistimos cuando una señora al lado nuestro, de color negro, con la que veíamos el desfile de la krewe Zulu King, al sentirnos hablar nos preguntó de dónde éramos. Cuando pasó uno de los carros, le dijo al King que éramos de Argentina y veníamos a ver el carnaval, el Rey Negro, maquillado de negro como Ben Johnson en El cantante de jazz, se inclinó y le dio a Beatriz un coco, pero de plástico -¡coco de plástico en New Orleans!- que esa krewe arroja a la multitud, en vez de los tradicionales collares como hacen otras.

 

 

 


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