Variaciones mecánicas 6/21/2023
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana

No recuerdo el año en qué llegó la película La naranja mecánica, prohibida por algún dictador de turno de nuestro país, pero yo estaba en la carrera de letras. Por los diarios nos enteramos que se estrenaría en Montevideo y, en Buenos Aires, ya se estaban armando tours para ir a verla.

Por aquellos años de tijeras y censuras empolladas bajo sotanas, las agencias de turismo de la capital organizaban tours de Buenos Aires a Montevideo para ver lo que el censor nos prohibía ver. Los paquetes de las escapadas por un fin de semana incluían la entrada al cine y visitas a librerías para comprar libros y revistas igualmente prohibidas en las riberas oeste de los ríos de La Plata y Uruguay.

En 1978, ya en el exilio carioca, pudimos ver con Beatriz, “menos censurada”, la película Laranja mecânica gracias a una tibia apertura democrática de la dictadura militar brasileña. Escribí “menos censurada” porque cuando la vimos en el mítico Cinema Veneza constatamos, junto con nuestras carcajadas y la del resto de los espectadores, que en las escenas de violación, logradas con una dinámica coreografía, las partes pudendas de ellas y ellos aparecían cubiertas, ya que no por una hoja de parra, por diminutos círculos negros, que no siempre lograban su objetivo.

Ese año, antes de ver la película, leí A Clockwork Orange en la legendaria edición paperback de Penguin Books con la cubierta diseñada por David Pelham y que todavía conservo.

Me es imposible separar la novela de la ilustración de Pelham: la cabeza de Alex vista de tres cuartos de frente, solamente el contorno, la oreja derecha precedida por una patilla negra, sin nariz ni boca, tocada con un bowler hat; sólo un ojo, el derecho, reemplazado por una rueda dentada de reloj. Es la imagen con la que abre la película, el rostro de Malcom McDowell, el ojo derecho maquillado de una manera muy semejante a la tapa del libro, pero ahora con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo y los ojos azules aflorando justo por debajo del ala del bowler hat.

Esa manera de mirar, “The Kubrick Stare”, es una marca de la estética del director, una toma donde un personaje mira a la cámara con una inclinación hacia adelante, para transmitir al público la idea que está en el acmé de su trastorno y prolepsis de un acto violento. En Facundo, Sarmiento hará que el personaje mire de la misma manera, con el agregado de espesas cejas negras y una barba que le come el rostro.

Acabo de releer A Clockwork Orange, a mi primer paso por el libro se suman las infinitas veces que vi la película; con certeza: dos, la primera vez, y esto me lleva a una digresión: con Laranja mecânica, nos pasó lo mismo que con películas que vimos en el Cinema Veneza -Los cazadores del arca perdida, Novecento, Blade Runner-. Íbamos a la sesión vermouth y, si la película nos gustaba mucho, nos quedábamos para volver a verla en la función noche.

Vuelvo a la novela, lo primero que me atrapa de la historia es cómo se articula alrededor del personaje principal y narrador, el sicópata Alex, una personalidad polarizada que sólo puedo definir en términos de fotografía; su individualidad es una foto con luz de alto contraste. Por un lado un dandy y esteta al cual conmueve la Novena Sinfonía, por el otro, un adicto a la violencia y el sexo al que sólo concibe como violación. Luego de ser apresado y condenado a años de prisión, Alex se ofrece como voluntario para un tratamiento experimental con el objeto de “volverse bueno”, el “método Ludovico”. Así, queda en libertad.

Pero los resultados no son los esperados. Padecerá vejaciones de sus otrora víctimas, incluidos sus padres que lo echan de la casa. Luego del intento por asesinarlo del viudo de una mujer a la que violó Alex, quien, intrigas políticas mediante, es tratado nuevamente y vuelve a ser el violento sicópata que era.

Alex tiene algo del vizconde Medardo; la mitad mala de El vizconde demediado es Alex previo al “método Ludovico” y tan perverso como este. La mitad buena del vizconde Medardo de Terralba es el Alex pos “método Ludovico”. Allí se acaban las semejanzas. Si la novela de Calvino tiene un final feliz cuando ambas mitades del demediado se vuelven a encontrar, sabemos que el “curado y restituido a la sociedad” Alex, será parte de un grupo selecto de felices: los malos. El primero de los afortunados, Alex y el segundo, los políticos y funcionarios que lo utilizarán para afirmarse en su poder y reprimir opositores; esto a cambio de un buen empleo y sueldo, tal como le notifica el “Minister of the Interior or Inferior”, cuando le informa que volverá a la libertad y tiene el futuro asegurado.

En el fondo, Alex nunca es libre; en su etapa previa a la prisión y al “método Ludovico”, disfrutó de su libertad de marginal de la violencia; la ejerce fuera de la ley y es perseguido por ésta. Sin embargo, por su carácter de outsider, esta será su etapa más “creativa”. Utilicé el futuro imperfecto “será”, porque luego de su “reinserción a la sociedad”, restablecido de los síntomas del “experimento Ludovico”, se cree curado porque volverá a ser quien fue; pero perdió su libertad original. En la primera parte de la novela, Alex es un francotirador, un anarquista; cuando finaliza, será un sniper del sistema -la errónea asimilación en nuestro idioma del significado de sniper a francotirador marca una abismal diferencia-. El primer Alex fue Jack the Ripper, el que devendrá luego de sus palabras que cierran el libro “I was cured all righ“ (“Ya estaba curado”), un sicario uniformado del Grupo Wagner de Putin o de la Savak iraní; un burócrata de la violencia que, a final de mes, pasará por ventanilla a cobrar su sueldo, con el plus por presentismo, antigüedad y horas extras.

Hay una palabra en inglés que me inspira, clockwork, define algo que, en español, demanda tres palabras: “mecanismo de relojería”; además, es una onomatopeya. Clockwork equivale a nuestro tic-tac. Dicen que Anthony Burgess eligió el título haciendo referencia a una expresión cockney “as queer as a clockwork orange” (“tan raro como una naranja mecánica”). Y la seducción de esta palabra sigue coruscando "in my ears and in my eyes" -como dicen la letra de Penny Lane.

Clockwork Orange, oxímoron intraducible, como una orfebrería de Cellini, pero verbal, y, también, la esencia del mecanismo de relojería, que hace al fruto más “lo mecánico” que nuestra palabra “mecánica” -sin duda, clockwork, es el arquetipo de la cosa-. Al mismo tiempo, el doble valor semántico de “naranja” -fruta y color-, hace de esta palabra el summum de lo natural.

Además clockwork me remite a los relojes analógicos cuando, de chico fascinado, los veía, sin la carcasa, funcionando en la tienda de un relojero. De un lado el dial y las manecillas; por detrás: llaves, la cuerda, ruedas dentadas, volante, piñones, áncora. Conjunto mecánico y arcano para los legos que, en el frente, por el lado de la esfera, nos muestra, terso, el fluir de segundos, minutos, horas y, a veces, meses y días. Además clockwork me inspira y remite a libros cuyo efecto sobre el lector “funciona como un reloj”; cuando uno no sabe en qué momento está inmerso en el texto, dueño del tiempo, con el deslizar de las hojas oficiando de metrónomo, de los de antes, no digitales sino un "clockwork metronome". Un tic-tac de sucesivas lecturas y relecturas.

 





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