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daniloalberovergara 7/3/2017 03:50:04 a.m.
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Acerca del valor y el coraje 1
Danilo Albero Vergara escritor argentinos
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Tags literatura literatura latinoamericana relatos ensayos literarios Danilo Albero Vergara escritores argentinos escritores latinoamericanos narrativa argentina
 
Literatura latinoamericana, relatos, ensayos literarios
 

La palabra

Leer o mejor, hojear, gran parte de la producción literaria que fluye por las librerías, es dejarse llevar por alguno de los dos mainstreams dominantes, enfrentados y turbulentos en la superficie pero, solo con sumergirse, fraternos y colaterales hasta lo abisal; par de ouroboros literarios que se autofagocitan, como la corriente del golfo dando vueltas sobre sí misma. Por un lado, lo previsible, dejarse arrastrar por el flujo del best seller en todas sus variantes. La otra corriente, quizás la más artera: la de la ironía, la de la autorreferencia que se burla de su propia literatura; como si el escritor nos advirtiera que no se toma en serio lo que está haciendo. Acá resplandece el ejercicio de un virtuosismo inane, la jactancia de la propia habilidad para demoler, cuando no arruinar, sin tener en claro que se va a construir. Estos escribidores tienen una manera muy particular de ascender por una escalera, destruyen los peldaños a medida que van subiendo; Huizinga los llama Spielverderber -aguafiestas-, muy distintos de los tramposos.

Los que se dejan llevar por las cálidas y acogedoras aguas del best seller, en cambio, son tramposos, hacen como que juegan, reconocen el ámbito del juego y terminan por convencerse que están navegando por el rumbo acertado -maguer, son más los naufragios que los arribos felices-; para estos Jasones su mainstream es el único camino seguro hasta su velloncino de oro: un poderoso grupo editorial; desde allí, cambiar las revistas literarias por la página de sociales. A los otros, los apapacha el halo de su propia y descuidada indiferencia, la pertenencia al cerrado grupo de los aguafiestas y, muchas veces, la consagración de críticos y académicos de su misma lechigada; si son pacientes y tienen suerte la otra corriente los arrastrará y podrán entrar, previa acreditación de sus habilidades como tramposos, en el Mar de los Sargazos: el océano de los best sellers.

En ambos casos, Uno se pregunta, cómo es posible que la literatura, que durante siglos tuvo la capacidad de transmitir con vehemencia igual lo más prosaico que lo más sagrado o misterioso, lo sublime y también lo canallesco, haya llegado a estos dos caminos de la irrelevancia narrativa, donde las palabras solo sirven para edificar en los suburbios de la nada. Cuando este desasosiego literario me acosa, busco puerto seguro en viejas historias y viejas palabras, para encontrar nuevos sentidos y significados para nuevas geografías y nuevos protagonistas.

Ahora, decir que toda historia requiere de palabras para ser narrada puede ser o una verdad a medias -se puede construir un relato con imágenes: vitrales, dibujos, pinturas, fotos, esculturas- o una de Perogrullo. Deja de ser una perogrullada si pensamos que, para referir un hecho, verdadero o ficticio, es necesario elegir las palabras adecuadas, porque éstas, a modo de fósiles, guardan entre sus pliegues: estratos, concentraciones o burbujas; en distintos niveles de sedimentación de sus sentidos. Así, muchos vocablos -vistos de frente, perfil o desde distintos escorzos- pueden representar significados antagónicos o incongruentes, relictos anacrónicos donde se amalgaman todas las historias de sus posibles alusiones, pasadas y presentes, también un interrogante: su significado futuro o su desaparición conceptual. Porque hay historias antiguas, y otras no tanto, que se comprenden a medias, o no se comprenden, porque ha desaparecido el objeto o idea que esa palabra designaba, por lo tanto es un término vacío al que debemos volver a llenar. Estos corsi e ricorsi de significados, con la resulta de pérdidas y ganancias de nuevas acepciones, dan una secuencia de valores yuxtapuestos, a veces contradictorios, que en muchos casos nos obligan a remozar un sustantivo con un imprescindible adjetivo. En términos de la lingüística de Saussure diríamos que, para un mismo significante -la huella sonora de una palabra, por ejemplo: coche-, cambia su significado -la representación que se quiere hacer del vehículo-. O sea: no siempre hay una identidad absoluta entre el nombre que designa a la cosa y la cosa; el griego Cratilo se podría llevar una sorpresa. Y para confirmarlo, a la manera del rastreador de Baker Street, sigamos las huellas de algunas palabras.

Alrededor de los años cuarenta del siglo pasado, la adaptación de “pastillas” -micrófonos- y amplificadores en la guitarra hizo posible deshacerse de la caja de resonancia y reemplazarla con una tabla plana, así nació la “guitarra eléctrica”, para diferenciarla de la primigenia. Hoy, dos generaciones y media después, la guitarra con micrófono, cable y parlantes es un lugar común y adjetivarla innecesariamente con el atributo “eléctrica” es un anacronismo cuyo uso delata la edad con más certeza que una partida de nacimiento; ahora es necesario identificar al instrumento original, hacia el cual se desplazó el adjetivo diferenciador, tenemos así: la guitarra y la “guitarra acústica”. La palabra inglesa mail -correo o correspondencia- con el devenir del correo electrónico necesitó un identificador y nació el e-mail, cuya proliferación no sólo modificó formas de redacción y el género epistolar; se apropió del significado. Ahora los angloparlantes cuando quieren referirse al otro correo, en cualquiera de sus variantes: superficie, aéreo o Courier; deben usar el par snail mail -correo caracol-, para saber que no se refieren al correo electrónico -ahora mail a secas-. Algo similar, con la popularización de  los relojes digitales, que muestran la hora con números en vez de agujas; hoy en día es necesario diferenciar el primitivo reloj, que ganó un adjetivo: “analógico”. A esta modificación, o necesidad de adjetivar una palabra antigua en tiempos modernos se la llama en inglés retronym, término acuñado en los ochenta de la centuria pasada y oficializado en la cuarta edición del Webster Unabridged Dictionary, infelizmente no adoptado todavía por la Real Academia Española. Se hace necesario.

El término coraje también tuvo derivas semánticas en nuestro idioma; tanto en español como en francés e inglés -en estos dos últimos, courage- la palabra reconoce el mismo ancestro: corage -del francés antiguo y derivada del latín cor: corazón-. Sin embargo, en francés e inglés courage fue y es sinónimo de valor, no así en español, donde originalmente la palabra era usada con un criterio más amplio que abarcaba: la cólera, el enfado, la furia o las pasiones descontroladas; emparentado a tres pecados capitales: soberbia, ira y lujuria. A fines del siglo XVII el significado de coraje se desplazó a la acepción actual, sin perder su valor original, solo que con un sutil matiz adjetivo, según la RAE: "impetuosa decisión y esfuerzo del ánimo, valor"; mientras que, en una segunda acepción, mantiene los significados originales: irritación e ira.

No pasa lo mismo con valor -del latín valeo: ser fuerte, tener eficacia y calidad de ánimo-, que mantiene su estimación semántica inalterada a través del tiempo; de esta manera comparte el podio con las siete virtudes -concretamente tres: humildad, antídoto de la soberbia; paciencia, antídoto de la ira y castidad, antídoto de la lujuria.

En consecuencia, aún pasados los siglos, podemos ver que el valeroso es muy distinto del corajoso o corajudo; porque si bien la Real Academia Española reconoce la similitud de estos dos términos, a coraje y corajoso también mantienen sus primitivos significados, con lo cual marca leves y algo aleves -traidores- disentimientos entre valeroso y corajoso. El valeroso tiene un patrimonio moral o ético que defender a cambio de su braveza. El corajoso no tanto, es más, pareciera que usa de su irracional falta de miedo travistiéndola de valores; mientras que el valeroso, justamente por tenerlos, está dispuesto a arriesgar su vida sólo como última instancia. De estas sutilezas y sus implicancias ya da cuenta el caballero Tristram Shandy cuando nos dice: “Los antiguos godos de Alemania (el erudito Claverius lo afirma con absoluta certeza) tenían la sabia costumbre de debatir dos veces todo lo que fuera de importancia para el estado, a saber: una vez borrachos y otra sobrios. Borrachos para que a sus consejos no les faltara vigor; sobrios, para que no les faltara discreción”.

Valerosos fueron Leónidas y sus trescientos en las Termópilas frente al ejercito persa -“Somos tantos que nuestras flechas taparan el sol”, “Mejor, pelearemos a la sombra”; relata refero-. Corajoso fue el poeta Garcilaso que, ante un comentario despectivo de su monarca en la batalla de Le Muy, optó por atacar la fortaleza a pecho y cabeza descubierta, siendo herido mortalmente de un cascotazo, con lo cual el exquisito letrado cruzó el Aquerón prematuramente. El poeta murió como un soldado por no saber defender con palabras los hechos; por suerte “La pluma no embota la lanza, Sancho”, Leónidas y sus trescientos murieron como poetas, a la sombra de las flechas persas.

 

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