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daniloalberovergara 5/8/2017 12:19:02 a.m.
daniloalberovergara
Operación Antropoide
Literatura latinoamericana, relatos, escritores argentinos
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Danilo Albero Vergara escritor argentino
 

Cuando, a raíz del inesperado hallazgo de un celular chino en la caja fuerte del hotel de Praga escribí una nota, no imaginé las derivas que sobrevendrían al día siguiente, porque, como quien no quiere la cosa y olvidando la promesa que le hice a Beatriz, cuando salimos no devolví el teléfono en la conserjería.

Parte del plan de la jornada era visitar la iglesia ortodoxa de San Cirilo y San Metodio, de allí caminar hasta la plaza de San Wenceslao y recorrer las zonas aledañas disfrutando de la arquitectura que, al igual que el resto de la ciudad, no le daría reposo a mi cámara.

Sin duda, el plato fuerte de la mañana fue la iglesia , donde se suicidaron los siete paracaidistas polacos que habían ejecutado a Reinhard Heydrich, Reichsprotektor -en la práctica, virrey de Hitler- de la zona de Checoeslovaquia anexada al Reich en marzo de 1939 y que, desde ese momento, fue llamada "Protectorado de Bohemia y Moravia".

Heydrich había asumido el cargo en septiembre de 1941 y de su barbarie dan prueba los sobrenombres que habrían de sucederle a su toma del mando: "la bestia rubia", "el carnicero de Praga" y "el verdugo de Hitler". Pero además, durante sus años juveniles se había destacado en natación y esgrima, era un consumado violinista y declarado melómano. Lo antecedían su fama como adlátere de Himmler, con activa participación organizando la Kristallnacht y los campos de exterminio -Eichmann comenzó su carrera como subordinado en ese proyecto- y activo protagonista en la creación de algo así como una "nueva iglesia germánica". Heydrich fue un Hannibal Lecter avant la lettre, pero a escala industrial y de macabra eficiencia germana. De no haber ocurrido "Operación Antropoide" y en el caso de que sobreviviera a la capitulación de Alemania, nadie lo hubiera salvado de una bufanda de esparto en Núremberg

Ni bien establecido en la ciudad, Heydrich instaló sus oficinas en el castillo de Praga y lo primero que hizo fue visitar la aledaña Catedral de San Vito, a continuación accedió a la cámara, donde se encuentran, entre otras reliquias, la corona de San Wenceslao. Dice la leyenda que cualquier impostor que la ciña morirá antes de los doce meses. El soberbio oportunista y Reichsprotektor Heydrich lo hizo y, al igual que Napoleón, se autocoronó. Se non è vero, è ben trovato: el 27 de mayo de 1942 fue gravemente herido en un atentado realizado por paracaidistas polacos, no se recuperó y murió de septicemia 8 días después. La profecía se cumplió a los 9 meses; su brazo ejecutor, la "Operación Antropoide".

Con el conocimiento de todo este historial visitamos la Iglesia de San Cirilo y San Metodio, donde se refugiaron los siete paracaidistas checos -entrenados y equipados en Inglaterra-. Le pregunté a Beatriz por qué, esos patriotas tiranicidas, no se refugiaron en una iglesia católica: - Pacelli, alias Pio XII-, me contestó la bella; como en “La carta robada”, lo escondido estaba a la vista. A partir de la historia del atentado y mientras recorríamos la iglesia y la cripta tramé sus analogías con la batalla de las Termópilas. Ambas necesitaron de un traidor, Efialtes y su "vida paralela checa", Carl Kurda.

He visitado otros lugares históricos que me han conmovido, recorrí a pie largos tramos de las ruinas de la muralla de Constantino en Estambul, también pasé una jornada en el Parque Nacional de Gettysburg; pero en San Cirilo y San Metodio fue la primera vez que -por lo menos eso sentí- entré en un santuario.

A la muerte de Heydrich se desató una feroz represión que conllevó las masacres de los pueblos Lídice y Ležáky, el primero de ellos, como Cartago, literalmente borrado del mapa. El 18 de junio de 1942, tropas alemanas informadas por uno de los paracaidistas que resolvió cambiar de bando, Karl Kurda, irrumpieron en el atrio de la iglesia.

En ese enfrentamiento, dos de los paracaidistas checos fueron muertos. Los sobrevivientes se refugiaron en la cripta y resistieron a los intentos de los 800 soldados nazis por atraparlos, a las balas y granadas arrojadas desde las lucernas, al agua con que los sitiadores intentaron inundar el sótano y a los cantos de sirena de Karl Kurda, que los invitaba a entregar sus armas y rendirse. "Entregar sus armas", la frase me trajo ecos de la respuesta de Leónidas en las Termópilas ante una propuesta semejante de los persas: Molón labé, (Ven y tómalas); fracasado el último intento de hacer un túnel desde la cripta hasta el sistema de alcantarillado, los sobrevivientes tomaron las píldoras de cianuro y luego se dispararon en la sien.

En silencio recorrimos el museo que antecede a la cripta, nos sorprendió la cantidad de objetos personales de los paracaidistas que pudieron ser rescatados pese a la feroz represión que le siguió por toda la ciudad: ropas, zapatos, documentos, objetos personales, una pistola, el libro que uno de ellos llevaba encima manchado de sangre. Ya en el interior de la cripta, desde la cintura, llevar la cámara a mi cara para enfocar me pareció una herejía, hice un par de tomas.

A la salida, caminamos hasta la plaza de San Wenceslao, vimos el sitio donde Jan Palach y Jan Zajíc se inmolaron luego de la invasión rusa que sobrevino a la Primavera de Praga. La impresión de sucesos históricos que estábamos viviendo no nos abandonaba desde la iglesia. Trágico destino de una ciudad, que, maguer heroica resistente a los nazis, fue entregada por los aliados al nuevo protectorado -aunque nunca se llamo así- del Pacto de Varsovia y que culminó con otra invasión, la rusa, luego de la Primavera de Praga; pero antes, debió padecer a otro Golem de Hitler y Himler: Reinhard Heydrich.

Terminado el paseo, recorrimos la galería Lucerna, art nouveau en estado puro, Beatriz me sacó un par de fotos en la escalinata de acceso al mítico cine Kino Lucerna.

En el bar del cine Kino Lucerna, Beatriz pidió un té, yo, un ajenjo. La mesera me mostró la botella, 58 grados de alcohol, me aconsejó mezclarlo con el agua de una jarrita que, sin que se la pidiera, había traído. Opté por beberlo puro y la coz verde se hizo sentir. Recordé el celular chino que me esperaba en la caja fuerte del hotel y que la noche anterior, me pareció, había vibrado en mi mano como la pata de mono del cuento y en ese momento resolví, ni bien estuviéramos en el hotel, devolverlo en la conserjería.

Más tranquilo con esta decisión, pero bajo los efectos del ajenjo, observé por la ventana del bar que da al hall central de la Galería Lucerna, sabía que no era efecto de la coz verde; la escultura de David Cerny colgada del techo. "El caballo muerto de san Wenceslao", una parodia de la estatua ecuestre de la plaza: un caballo cuelga de las patas, la cabeza con la lengua afuera apunta hacia el piso, también la cola. El santo, réplica del otro oficial, acá está montado sobre el vientre. En ese momento supe que debía escribir algo de ese día y aquellas experiencias.

Es ese sentido del humor y el carácter impío frente a todo lo que sea oficial o canónico lo que flota en el aire y le da la atmósfera a la ciudad. David Cerny, es el artista que pintó de rosa un ícono del "Protectorado ruso del Pacto de Varsovia": un tanque T-34 soviético puesto por los rusos sobre un pedestal como auto efeméride a la liberación  de la ciudad de los nazis -seguramente al mentor y ejecutores del proyecto los tiene que haber iluminado aquella reflexión de Erasmo de Rotterdam: bien se alaba quien no tiene otro que lo haga-.

También recordé los antecesores literarios de David Cerny: Cuentos de la Malá Straná -en la visita que habíamos hecho al barrio el día anterior Beatriz me había sacado un par de fotos frente a la casa donde vivió Jan Neruda- y, sobre todo, Las aventuras del buen soldado Svejk durante la guerra mundial.

Es ese humor e irreverencia de los habitantes de Praga que, sin saberlo, nos había acompañado desde que entramos en la iglesia de San Cirilo y San Metodio hasta que nos sentamos en el bar del cine Kino Lucerna.

Porque solo a los checos se les pudo haber ocurrido el nombre de la operación que acabó con Heydrich, el Golem de Hitler y Himler: "Operación Antropoide".

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